La gobernadora Lorena Cuéllar Cisneros no podía, y no lo hizo, ocultar su felicidad después de la jornada electoral del domingo 2 de junio. “Yo, como tlaxcalteca, me siento muy orgullosa porque entregamos las mejores cuentas”, dijo ante los medios de comunicación poco después de inaugurar la Segunda Macro Jornada Oftalmológica, su primer evento público en varias semanas.
Más que como tlaxcalteca, seguramente la gobernadora hablaba como militante del Partido Movimiento de Regeneración Nacional (Morena). Sin embargo, tenía motivos para expresar su satisfacción, sobre todo porque por varios meses cargó sobre sus hombros mucha presión por conseguir una meta impuesta desde altas esferas nacionales para conseguir 550 mil votos a favor de la candidata presidencial, Claudia Sheinbaum Pardo.
El cómputo realizado por el Instituto Nacional Electoral (INE) en Tlaxcala, dio a la abanderada morenista 512 mil 035 votos, que representan el 69.19 por ciento de los 739 mil 992 sufragios totales emitidos en territorio estatal. Es decir, 37 mil 965 sufragios menos que la meta establecida, por eso su algarabía.
Además, Tlaxcala se ubicó entre las dos entidades del país con más alto nivel de participación ciudadana con el 70 por ciento. Siete de cada 10 electores acudieron a las urnas a elegir a sus autoridades, siendo que el promedio nacional de participación fue de 60 por ciento.
Si la diferencia a nivel nacional entre Caudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez fue de 2 a 1, en Tlaxcala se rebasó esa holgura hasta llegar 5 a 1.
Además, Morena y sus aliados regresaron a los tiempos impensables del carro completo en una elección. Barrieron en los 15 distritos electorales locales y en más de la mitad de los municipios del estado, incluidos los más importantes. El estado, pues, está pintado de guinda.
Todo ese contexto sirve para explicar los motivos de la gobernadora para estar “orgullosa”. Y es que al menos los próximos dos años tendrá un margen de gobernabilidad política que no tuvieron sus antecesores.
Solo que en el festejo debe haber matices. Y la gobernadora no los pone.
Por ejemplo, aseguró que no hubo incidentes de inseguridad, y claro que los hubo. La quema de paquetes electorales en al menos tres municipios así lo acreditan, y tensos conteos en varios Consejos Electorales también. No se trataron de “situaciones mínimas”.
Su silencio sobre lo que los programas sociales representan en el electorado es significativo. Tales programas se reflejaron en alto porcentaje a favor de las candidaturas morenas, y eso tiene un nombre: clientelismo electoral.
Ahora bien, ¿por qué a la gobernadora le quedan dos años de gobernabilidad y no tres? Porque el último año estará dedicado al tema de la sucesión gubernamental, el de su sucesión. Hoy mismo existen tres personas aspirantes que el triunfo del 2 de junio las potencia: Ana Lilia Rivera Rivera, Alfonso Sánchez García y Raymundo Vázquez Conchas se colocan en la primera línea.
Eso abre la posibilidad de una ruptura entre grupos que hoy el triunfo electoral no permite ver con claridad. La gobernadora misma será factor de división al no ser actora imparcial de lo que se avecina.
Ello, porque ya resulta claro que la mandataria ya tiene a su candidatura favorita para las elecciones de 2027, que puede no ser coincidente con la de Claudia Sheinbaum. Eso, por lo tanto, puede generar tantos problemas en el momento de las definiciones, que podría ser el principio del fin. Ya se verá.
Por lo pronto, habría que recordar que en política ni todos los triunfos ni todas las derrotas son para siempre. Y que tarde o temprano llega el tiempo de las revanchas.
