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Martín Rodríguez Hernández Noticias TlaxcalaMartín Rodríguez Hernández Noticias Tlaxcala

Opinión

Cosas que me hicieron feliz este año #2

(Mayo- Agosto)

VOLVER A CORRER:

Hace muchos años corrí y hace muchos años lo dejé. Y seguir el eco de una persona me hizo volver. Y encontré tantas cosas que hace muchos años no había encontrado en correr. La relectura de Haruki Murakami de ‘De qué hablo cuando hablo de correr’ me motivó tanto como el eco perseguido. Y me apunté a una media maratón con sentimiento de impostor inundándome, para encontrarla subrayando en mi mente esto de Murakami: «solía cruzarme con una joven encantadora.

Como nos cruzamos a menudo durante varios años, nos conocíamos de vista, y cada vez que nos veíamos, nos saludábamos mutuamente con una sonrisa; sin embargo, nunca llegué a hablar con ella (debido a mi timidez) y, por supuesto, ni siquiera sé cómo se llamaba. Pero volver a ver su cara todas las mañanas constituía una de mis pequeñas alegrías en aquella época. Si no fuera por esas pequeñas satisfacciones, me sería muy difícil salir a correr cada mañana».

La media maratón me motivó al punto ingenuo de creer poder librar medianamente bien una completa. Y correrla será seguramente la lección de mi año; entendí tanto viéndome rendido y tan frágil en el kilómetro 30: no soy ni de lejos la persona que creía ser; más bien allí habité una parte poco entendida de mí.

Por fortuna, a mi lado iba mi hermano quien solamente gracias a su compañía la terminé; se podría entender al correr —incluso en la misma idea de Murakami— como un deporte individualísimo, solitario; personalmente creo lo contrario, pues en esa soledad se encuentra un sentimiento común.

No por nada —según Heródoto— Feidípides, y según Plutarco fuera o Tersippos o Eukles, quien corriera desde Maratón para avisar a los atenienses que los persas estaban derrotados: ¡Ser felices! Hemos vencido. Dejó dicho a su comunidad antes de morir.

El por qué de correr, tantas veces preguntado, puede ir por allí. Correr para anunciar y encontrar. Corriendo nos anunciamos tantos pensamientos y se les dan forma; quizá por eso correr, caminar, desde la soledad y el silencio, tenga un sentido ligado al proceso creativo o reflexivo: para luego encontrarnos. Como seres sociales ese encuentro servirá para saber estar en comunidad, pues claro, te encuentras en los demás.

Ahora sé que mi individualidad hubiera sido derrotada sin mi hermano al lado, sin las personas que alentaron hasta llegar al Zócalo; sin todos no hubiera sabido que mi umbral de aguante se puede agrandar paso a paso hasta completar los 42 kilómetros. Y sé, que ese absoluto silencio del final casi meditativo —por el que volveré a correr—, no se hubiera hallado sin el constante desgaste de mente contra ser, descrito por Leila Guerreiro, corro para aguantar lo que no se aguanta:

«Corro porque me gusta sentir la furia de los músculos, la arrogancia del cuerpo, y porque cada vez hay que remontar el agobio y las ganas de no correr y el horror de los primeros minutos hasta que, en algún momento, todo desemboca en un cono de silencio en el que no hay tiempo, ni frío, ni calor, ni cansancio, ni desesperación: sólo la voluntad de permanecer allí para siempre, en ese lugar horrible como si fuera el paraíso (…) Corro para aprender a aguantar lo que no se aguanta, para no llegar a ninguna parte, para romper el insano silencio del mundo.

Para sentir, parafraseando a Clarice Lispector, que soy más fuerte que yo misma. “Vengo de comulgar y estoy en éxtasis / aunque comulgué como un ahogado”, escribió el poeta argentino Héctor Viel Temperley. Corro para comulgar como una ahogada. Corro para escribir. Corro porque escribo. Porque es igual de inútil, igual de necesario, igual de pavoroso».

Corro para pensar y para dejar de pensar, para cantar y para callar, para meditar en búsqueda de los segundos de silencio de la meta, para ver el amanecer y la caída del sol, para contemplar y para escribir. Para viajar. Para la esperanza de llegar y dejarme acompañar. Para sentirme. Ahora ya no me siento impostor. Ahora me siento corredor.

 

 

UNA DESPEDIDA: La hija de Kroos.

Saber irse. «Es el acto de mayor elegancia posible: retirarse a tiempo, justo en el momento que comienzas a sospechar que un minuto más sería intolerable. No hace falte que lo sepa el resto, sobra con que lo sepas tú. Porque al otro lado de la vulgaridad está el olvido, el fin de la leyenda, el arrepentimiento de no haber sabido irse cuando tocaba».

Esto de José F. Peláez tras la ida de una debilidad mía: Toni Kroos. Aquel, se fue sin apenas aviso, como una chica que te deja en el altar, con una vida por delante y con tardes felices, como si nada, como si los días pudieran volver a nacer como ya habían nacido y anochecido y ya se habían imaginado. Y luego, en el último partido en el Bernabéu, su hija llorando desconsolada viéndole salir y pisar el campo de sus amores por última vez.

Con una lección; si lo sabes agotado, con la sobremesa redundando en una plática finalizada pero rebuscada, si preguntas, aunque sea tenuemente por el fin, es que ya ha terminado y es cuando hay que irse pronto, aun si sientes que el mundo se derrumba, aun con tu hija suplicándote que no. Mejor esbozar un se hubiera quedado y no un a qué hora se irá. Y todo breve. Y sin exceso. «Las bienvenidas largas y las despedidas cortas»: Jacobo Bergareche en ‘Las Despedidas’.

Por fortuna, luego el Madrí ganó La Liga y la Champions. Y fui feliz.

 

 

UN DOCUMENTAL: La memoria infinita de Maite Alberdi.

Un día platicaba con un primo, médico de profesión, uno de esos pensamientos absurdos que suelo tener: si fuera el caso, preferiría cualquier tipo de enfermedad por agresiva que fuera a tener un alzhéimer. Él, siempre bastante más cuerdo que yo, me dijo que no sabía lo que decía. Pero sigo en eso, la idea de perder la memoria, para mí, es lo más doloroso que le puede pasar a un ser humano. Porque nosotros no somos nosotros. Somos nuestros recuerdos, nuestros amigos, nuestros amores, nuestras películas y nuestros libros. ¿Qué somos sin memoria?

‘La memoria infinita’, sigue la evolución del alzhéimer del periodista chileno, Augusto Góngora y su esposa Paulina Urrutia quien lo acompaña en este trance. El documental resulta ser belleza en estado puro. Si tú me preguntas qué es el amor, te respondería con la urgente necesidad de que lo veas.

Hay momentos en los que pierde la cordura gritando por sus libros y sus amigos. Ha perdido todo y solamente puede preocuparse por sus libros y sus amigos porque claro, allí está todo. Se intuye el final. «Ya no soy», dice sin poder caminar. Luego, tras un largo silencio, la Pauli le confiesa: yo también ya estoy vieja; no lo dice como un reclamo, si no recordándose que le ha entregado su vida entera sin ninguna excusa.

Se fragua el culmen de la historia. Hay finales en el cine bellísimos, pero ninguna ficción por bien elaborada que esté superará a la realidad. Augusto, sin memoria, sin nada de Augusto en su cuerpo, pero sí con restos de él en su alma, le susurra, quizás en la última lucidez de su tiempo sobre la tierra un: Gracias. Un gracias que retumba en todo, porque viene acompañado de la petición —que no halago ni falsa promesa— más linda que se le puede hacer a alguien, «Quiero estar contigo toda la vida». Y luego, la Pauli, la verdadera protagonista de la historia responde: Yo también Góngora, yo también.

 

 

UN LIBRO: Mirafiori de Manuel Jabois.

Hay libros e historias construidos para ti. Llevaba un rato sin llorar delante de un libro; quizá fue por el momento vivido, por la ruptura confirmada y porque los libros tienen la vista que tienen los ojos del presente que los lee. Es un fantasma reflexionando, y si un fantasma reflexiona, es que está muerto. «En el amor hay una forma de hablar, una forma de mirarse y una forma de follar, y siempre muere antes la primera, quizá porque es la que menos se nota, y eso permite a los amantes seguir caminando aun muertos». ¿Por qué el amor se convertirá en un fantasma? ¿El amor muere o simplemente se abandona? ¿Es bueno habitar con fantasmas solamente por amor a la nostalgia?

Me encanta la idea de saber que el amor muere cuando muere la palabra. Porque todo es palabra, ya sea dicha o escrita o invisible. La idea del Logos se define en la misma biblia «En el principio era la palabra y la palabra estaba con Dios y la palabra era Dios» (Juan 1: 1); la teología dice que Dios es amor. Irene Vallejo tiene una idea fascinante: una pareja crea en su amor un universo, una génesis verbal y un dialecto personalísimo; cuando esa relación se muere, se muere un dialecto. Muere el amor. «Cuando una relación se rompe, muere un dialecto. Enamorarse reaviva la alegría infantil de inventar palabras, un Génesis verbal. Forjamos frases que evocan un recuerdo compartido, sobreentendidos, expresiones corrientes con sentidos ocultos.

Ideamos apodos, inflexiones nuevas —nuestras—, claves imposibles de entender fuera del círculo mágico. Nos excita ser comprendidos solo por los más íntimos. Y cuando al amar vamos explorando un cuerpo aún desconocido, creamos, dando nombre a sus rincones, una cartografía física cuyos topónimos nadie más pronunciará».

Y es verdad. Recuerdo con precisión la manera de llamarnos, de apodarnos en momentos de amor o de gracia o de herirnos, de sabernos cómo actuar en la situación que fuera, con lenguajes ocultos, con palabras inventadas. Y qué razón tiene Jabois, antes de que aun sin saberlo todo muera, muere la palabra y llegan los fantasmas para caminar entre vivos como si esto fuera Comala.

UN GATO: Antonia, ahora Antonio.

Una chica guapísima y tan buena como el pan, me regaló una gatita. Ahora resulta que Antonia no era Antonia, sino más bien Antonio. Los gatos son mucho más interesantes que cualquier mascota y que muchas personas, incluso. Están lejos del instinto de complacer de los perros y más cercanos al desinterés por cualquier juicio de valor humano. Y aparte nos manipulan, los muy cabrones. Ahora entiendo la obsesión de las personas con los gatos. Por ejemplo, recomiendo ‘Días para ser gato’ de Pedro Zuazua Gil.

Siempre que observo cualquier locura del regalo con pelos que alegra mis días, entono una parte de la canción de Love of Lesbian: hay gente buena que pasa por mi vida que pierde contra mi libertad. Libertad gatuna.

 

 

UNA PELÍCULA: El árbol de la vida de Terrence Malick.

Siempre llego tarde a grandes descubrimientos. Qué película más pretenciosa pero maravillosa a la vez; Terrence Malick cineasta, además con formación filosófica y teológica, intenta explicar el paso del mundo y del ser humano entablando un dialogo con el todo. Qué difícil suena. Está la metafísica, Heidegger, el transcendentalismo, el panteísmo, el existencialismo, Nietzsche. Dios.
Es la contemplación de lo importante. Una inmensidad que se acerca un poco a lo intangible.

(The only way to be happy is to love, Unless you love, Your life will pass in front of you).

EL VERANO:

El verano en la oficina pero como un estado mental. Y esto de Louise Glück:

El texto dentro de este bloque mantendrá su espaciado original al publicarse «El maestro dijo Debes escribir lo que ves. Pero lo que veo no me emociona. El maestro contestó: Cambia lo que ves». Pocos halagos más bonitos que equiparar a alguien con el verano. Vos sos el verano, más allá de la estación.

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