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Martín Rodríguez Hernández Noticias TlaxcalaMartín Rodríguez Hernández Noticias Tlaxcala

Opinión

La resaca de la canción más hermosa del mundo

A las diez con siete de la noche, cuando asomaban los mariachi con las mañanitas por sus guitarras, no había valiente en el Auditorio Nacional que se hubiera escondido lágrimas para sí; y aún con la catarsis desahogada, se volvió a llorar hasta que todo se halló seco porque aquel hombre nos había prometido la canción más hermosa del mundo y no podía irse así porque sí. Pero la vida nunca se detiene y en algún momento lo conocido acaba por formar parte de la memoria; todo lo cantado acaba siendo eclipsando por el silencio y las letras escritas, aunque leídas, se vuelven invisibles al dar vuelta a la página.

A Joaquín Sabina le alcanzó el tiempo; le encontró sorprendido de encontrarlo allí donde no debería estar: superviviente. También le encontró en su último concierto en Ciudad de México sin rebeldía, sin tequila, sin Chavela, menos rojo, sin voz y sin energía; pero más Dylan, más José Alfredo, más Sabina y sobre todo, más puesto al natural –más que nunca– con la misma poesía entre sus venas; la poesía, universal, imperecedera e inalterable al tiempo, esa poesía que soñaba impartir en clases sobre Antonio Machado y que le catapultó a encarnarse hasta el tuétano de muchos de nosotros; porque Joaquín Sabina resulta ser uno de mis mejores amigos… yo le contaba algo, le contábamos algo, y ahí teníamos una canción pero explicando todo lo sentido, pero mejor. Y es que cuando un amigo se va, queda un espacio vacío; un árbol se ha caído.

Cumplió setenta y seis el mismo día en que se citó con el Auditorio Nacional por última vez. Fue el mismo repertorio de casi siempre; pero qué más da, si tantas veces nos hemos emborrachado con él pidiéndole nuestras canciones favoritas para relamernos a gusto las heridas y los amores palpantes. Cantó lento. Dolorido. Pesado. Más despacio era morir. La melancolía habitaba desde el inicio hasta los incrédulos pasos abandonando Reforma aún sin pisar de lleno: ¿es más triste una última vez con alguien previamente anunciada, o aquella que no se ve venir?

El primer verso que me cautivó de Joaquín fue a los catorce años; yo perseguía todo lo que hacía o dejaba de hacer un tal José Tomás y escuchar de su favorito algo así como “de sobra sabes que eres la primera/ que no miento si juro que daría por ti la vida entera/ y sin embargo, un rato cada día, ya ves, te engañaría con cualquiera/ te cambiaría por cualquiera” me chocó de lleno. Venía de un mundo de canciones palpablemente cursis y no sabía cómo digerir ese cinismo tan bien escrito.

Pero lo hice. A partir de entonces, me enamoré, me desenamoré y ahondé en la vida con Joaquín Sabina al lado ayudando a darle forma a mi mundo. Por sus canciones y referencias, leí libros, vi películas, conocí a artistas o poetas, o incluso de historia o hice mías historias fascinantes. No sé cuántas veces lo habré visto en vivo. Muchas. Muchas de ellas con los grandes amigos con los que fui a verle ayer. Y al final de todo, con todas las lágrimas derramadas, nos seguirá costando entendernos sin volver a verle jamás. La vida bien podría acabar esta noche, en el Tenampa, después del velatorio a la viva voz de San Joaquín. Pero antes de decir salú, siento confesarles el desgaste en mi cuerpo de haber esperado en él su nunca renuncia; de haber acariciado versos tan viejos como lo permitiera su vida; de habernos ahorrado pasaportar este toro y ahorrarnos este mar de lágrimas tuyo y nuestro, Joaquín: que no se nos dan bien las despedidas, tú nos lo has enseñado. Siento el cuerpo cortado de una última vez. De un amor agotado en las letras del jamás. Siento en la barriga el fermentado de la resaca de toda una vida y de sin saberlo, haber cantado por años enteros las canciones más hermosas del mundo.

Salú.

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