Ecce Homo («He aquí el hombre»). Aunque esta frase en latín está identificada de manera principal en el Evangelio de San Juan (19:5) —y aunque también Bach tiene otra obra importantísima de La Pasión inspirada en el Evangelio de San Juan—, me servirá para prologar el evento más importante para la humanidad y muy acorde de exponer en los días de esta publicación: la presentación y entrega de Jesús a la muchedumbre por parte de Pilato, y también, quizá, nos sirva para teorizar sobre el plan de Dios revelando en Ecce Homo, la humanidad y vía dolorosa de Jesús para la Nueva Alianza. Si bien, Johann Sebastian Bach fuera un hombre meramente luterano, su música empapa y es inspirada en gran parte por el catolicismo; no hay que ir tan lejos, el Magnificat nos da respuesta de su oculto, o desconocido (para él), catolicismo.
Todas las semanas santas, como buen obseso de Bach, procuro escuchar alguna de las dos pasiones compuestas por el genial músico con tintes de teólogo. Esta ocasión elegí la versionada gracias al texto de San Mateo —obra suprema de la música clásica y religiosa— y mi favorita por su complejidad técnica que engloba dos coros y dos orquestas para acercarte con precisión al dolor, la humillación y la soledad que Jesús sintiera en el calvario. Perderme en sus más de dos horas y media, me deja la certera sensación de poder encontrar a Dios a través de la música; y deja otra certera sensación de que cualquier persona renegando la existencia de alguna deidad, al escuchar tanta belleza, podrá suponer que algo mayor a nuestro ingenio nos sustenta y existe detrás de nosotros. Los dos oratorios de Bach son una meditación para profundizar en la fe; su exquisito contrapunto deleita para narrar los capítulos 26 y 27 del Evangelio de San Mateo, entre el propio evangelista, Jesús, Judas, Pedro, Pilato y demás.
Inicia la obra bajo un dramatismo severo. Continúa todo en recitativos. Luego viene la ansiedad de la última cena.
Supongo (mínimamente) entre tanta soltura de las arias, el miedo de Jesús en Getsemaní, sabiendo todo y aun así orando, y pidiendo a los discípulos orar y suplicando la fuerza para hacer la voluntad de Dios. Ya es prisionero. Está atado. Los solistas cantan doloridos casi al punto del llanto, suplicando su libertad. El coro de los evangelistas: «Llora, hombre, tu gran pecado, / por el que Cristo el seno de su padre / abandonó y vino a la Tierra…». Y el dolor en la música en el camino de la Cruz. Y admiro y me santifico en el dolor de su madre; que bellísimo principio teologal tenemos los católicos y lo tanto que se pierden los protestantes: el amor santo de nuestra madre. El momento culmen de La Pasión según san Mateo, según mi virtud de villamelón, llega en la aria 39 «Erbarme dich, mein Gott (Apiádate de mí, Dios mío)»: es esta una pieza musical de la que no se sale igual; una obra inagotable como todo lo supremo compuesto por el hombre, porque la belleza, lograr la belleza amparada en la inspiración del más alto talento otorgado por alguna fuerza de la que no entendemos ni sabemos nada de su lógica, es capaz de lograrnos la ansiada conversión como virtud suprema. Y qué alegría.