El PAN solamente me gusta cuando es de la Concepción o de Zacatelco, con helado y un cacao para degustar, fuera de esa combinación no tengo el mínimo afecto por algo parecido, mucho menos por el partido, sin distingo de quien lo encabece.
Comento esto porque incluso con este rechazo natural a sus colores y a los 12 años que “administraron” este país, dejándolo en una guerra que hasta hoy padecemos los mexicanos, me parece inverosímil que en el blanquiazul se le regatee el trabajo hecho por Julio César Hernández Mejía, ese sí, azul de hueso colorado.
El ex legislador por esas siglas no es mi amigo, ni mucho menos, pero hay que reconocer que desde su llegada al partido, con o sin afiliación, se dedicó a trabajar para crecer en lo personal y colectivo. Su curriculum lo confirma.
Fue en el trienio de Alex Ortiz Zamora cuando recibió su primera oportunidad en la función pública, en aquel momento como asesor y ya después como sindico, diputado, presidente municipal e incluso como delegado en Puebla, y mire que si hay un lugar donde el PAN tenga adeptos es justamente en la angelopolis.
Ese territorio goza de fama por ser uno de los espacios que el Yunque dominó, por lo que no es difícil reconocer que para llegar a formar parte de esa nata se tiene que llegar a tener contactos, dinero y trabajo político. Este tridente le dio a Mejía la posibilidad de operar en la tierra de Moreno Valle.
Todo esto puede servir para darnos cuenta del error que implica que el panismo en Tlaxcala hoy busque desestimar la salida de uno de sus eslabones sin medir que aquellos que hoy ven este comportamiento se enfrentan a una reacción similar cuando, por alguna razón, decidan apartarse, dedicarse a otra actividad, o aceptar otra oferta política. ¿También les van a escupir?
Si el partido azul, como el rojo, guinda o amarillo, desea crecer no es mediante la división como se pueda lograr; celebrar la exclusión o priorizar la calumnia tampoco es buen ejercicio en la política. Sumar, sumar y sumar es lo que cualquier ideólogo debería anteponer antes que aplaudir la dimisión de uno de sus cuadros.
Que Julio Cesar Hernández Mejía haya optado por abandonar el partido que le dio la posibilidad de gobernar el municipio donde se encuentra la empresa que también llegó a presidir -Autobuses Tlaxcala, Apizaco, Huamantla (ATAH)- no es para celebrar, aunque entiendo que tampoco es motivo suficiente para desviar la atención de quien hoy tiene la encomienda de cohesionar el ala azul.
Que Angelo Gutiérrez Hernández, presidente del PAN en la entidad, dedique tiempo y recursos para persuadir a los integrantes del partido sobre el poco impacto que tiene para esas siglas la salida de Hernández Mejía, solo genera el efecto contrario. ¿Si es tan insignificante, por qué la atención?. Todo lo que resiste apoya.
Ahora corresponderá al ex diputado local de la LXI legislatura demostrar que su llegada al Movimiento Ciudadano (MC), con Danae Figueroa Martínez, significa llegar a reforzar un equipo que vive su mejor momento; de no lograr adhesiones, mostrar crecimiento y dar resultados en el mediano plazo solo confirmaría que lo dicho por el líder panista tiene sustento y fue una advertencia, no un acto de revancha.
Lo que no se puede dejar de mencionar es que al involucrar a la diputada federal Mariana Jiménez, como una pieza “utilitaria” de Mejía solo le da armas a la legisladora para victimizarse con el cántico predilecto: Violencia Política en Razón de Género.
Si Mejía colocó a su esposa con la diputada federal, ¿de verdad es algo que nos deba sorprender?, en todo caso ese debate sería motivo de una taza de café para discutir lo moral, lo legal y lo pragmático que es o debe ser un político. El que esté libre que tire la primera declaración.
Por ahora parece que la ganadora, otra vez, es Danae Figueroa Martínez que en medio del caos ha logrado llevarse un pez gordo. Aquel que comenzó como asesor de Ortiz Zamora y llegó a ser el rey azul no puede simplemente descalificarse.
Si el PAN logró permanencia en Apizaco no se le debe a nadie más que a él y también al equipo que construyó, con todo lo bueno y malo que eso implica. La inseguridad por ejemplo.
