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Martín Rodríguez Hernández Noticias TlaxcalaMartín Rodríguez Hernández Noticias Tlaxcala

Opinión

Breves apuntes sobre las corridas de aniversario en La México

Hace poco Andrés Roca Rey declaraba para un entrevistador que lo mejor que le podía pasar –y lo que esperaba– era llorar después de una faena: eso representaría el culmen de la expresión de su tauromaquia y un desbloqueo de sus emociones.

Y así fue, el pasado tres de febrero, Andrés Roca Rey le dedicó sus lágrimas a la monumental plaza de toros México. Él volvía tras el petardo marcado en la reapertura donde se dejó un toro vivo; la gente acudió inquieta por ver el aire de su condición de figura nunca demostrada en la plaza más importante de América. Por fortuna su administración se marcó un rotundo 10 al reseñar una corrida impecablemente presentada de Xajay y que tuvo mucho carbón. Vamos no aburrió a nadie en el tendido.

Su actuación fue tan rotunda desde el primer toro en el que se exigió y toreó majestuosamente para cortar dos orejas; sin estar conforme, se fue a la puerta de chiqueros para recibir de hinojos al burel con el que se recrearía hasta cortarle el rabo.

Andrés firmó una tarde de las que devuelven la afición. Una tarde de mandón del toreo. Única, inquebrantable para el recuerdo y de esas que ponen a todos en su sitio. Pero no solo eso, su actuación fue tan verdadera y generosa, que le dio una bombona de oxígeno a la desacertada empresa que hasta ese momento iba tumbo tras tumbo. Un apunte interesante fue el nivel del encierro por su presentación y comportamiento; lo envío el propio empresario y me surge una duda: ¿no puede ser la misma línea para todo?

En el día del aniversario, se anunció la despedida del último consentido de la Plaza México: Enrique Ponce. La corrida de los Encinos, aunque bien presentada, estuvo podrida y echó a perder una tarde de postín. Pero ya saben, estamos en México, en el país donde todo se puede y el valor de las reglas siempre está a consideración su quebranto. Se regaló un toro con el que Ponce se pudo despedir medianamente a gusto porque el regalo fue costoso. Antes, ni Silveti ni el menor de los Adame hicieron algo para el recuerdo. Bueno sí, serán pasados por la memoria al no haber tenido un mínimo de educación y clase para brindar uno de sus toros a la despedida de una época del toreo, un absoluto (como lo platicaba con un amigo que sabe mucho de esto) que vio pasar, mandar y retirarse a la par de él, a tales como Espartaco, Joselito, Ortega Cano, Cesar Rincón, Paco Ojeda, Jesulin de Ubrique, el Juli y José Tomás. Un hombre que tiró del carro de la tauromaquia 36 años y que según cuentan, fue uno de los compañeros más generosos del escalafón.

Quizá lo anterior venga a representar el estado actual de la tauromaquia mexicana: primar el brindis a un director de fútbol o a un cantante de canciones gruperas antes que a una leyenda; primero la foto fácil y popular para los likes, antes que los valores intrínsecos de la tauromaquia.

Luego de esos ánimos populistas se contagió la empresa en un show de despedida: con Pepe Aguilar hinchado, al lado de un mariachi extendido por todo el redondel, mitad cantando mitad echando porras, entre luces rojas y verdes de neón, como si por el sagrado albero en el que Ponce se dejara la sangre, su miedo y su bella expresión durante tantos años, estuviera a punto de germinar mesas y tubos y gente dispuesta a bailar.

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