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Eduardo Lozano, articulista y opinador del portal Martín Rodriguez
Eduardo Lozano, articulista y opinador del portal Martín Rodriguez

Opinión

RETRATOS SOBRE MIGRACION. En dónde dormirá esta noche la luna. (I) Llamadme Ismael.

                     
                   (I) Llamadme Ismael.
Su padre bebía demasiado los jueves y todos los viernes le amanecían muy pronto con tal de salirse de casa. Los días en su niñez fueron dibujados bajo la calca de borracheras y resacas de jueves convertidos a tiempo completo; un tiempo completo aspirado en su quinceava vez en los estadosunidos, pero este distinto, de trabajo, —primero Dios y la flaquita (como lo santigua)—. Su piel está bronceada a precio alto, pagado con la moneda de horas de sol constante en tren, y le vienen impregnados golpes de rigor de su padre, ahuecados, escondidos temerosamente de ser descubiertos cerca de sus tatuajes del brazo derecho. En sus ojos negrísimos hay hábitos de soledad, pero un lunar bajo el izquierdo ilumina una mirada que trastoca todo, alumbrando como permitiéndose todavía la ilusión embadurnada hasta caireles enrollados entre ellos mismos, vencidos, asomados de una gorra morada, peinados para dar muestras de alegría, de cheverísmo a todo aquel que los vea. La barba la lleva pensadamente descuidada, en dos tonos distintos de haberse rasurado, una temporada distinta es la del bigote y menos anterior la que puebla el resto de la mandíbula. Las cejas fueron florecidas con urgencia. Posee ligereza en el habla, otorgándome confianza a la brevedad, sabedor de una historia por contar, cautivando al hablar, convenciendo. Con ese vigor de su vivir ha fraguado dos familias de las que no le gusta despedirse, una en estadosunidos y otra en monterrey: cuatro hijos divididos al por igual entre dos mujeres mexicanas que suelen platicar entre ellas. Las tiene con la mano en el corazón, le dicen. No me parece raro que le crean todo. No me parece raro que le quieran de verdad.
Es un domingo cualquiera y la tarde se cae sobre él. Toco el timbre. “Albergue de la Sagrada Familia. BIENVENIDOS hermanas y hermanos migrantes”. Se puede leer. Llegan a mi par dos hombres a la hora límite de entrada; me lo dice un hombre completamente tatuado mientras fuma y con sonrisa de puntualidad. Esperamos el ingreso. Son las 17:10. Ya dentro, se acerca un perro enorme, blanco, luego sabré que es perra y le llaman Blaquita; cerca de la entrada hay dos personas refugiadas en una película de la India María y se parten de risa mientras se cae de un camión con sus maletas. Una de ellas tiene rasgos fisonómicos fuertes, hoscos y voz de general, contrastante con su vestimenta de mujer y cabello largo recogido; el otro es un hombre joven delicado y cortado con facciones de futbolista croata. Parece el hermano menor de Ivan Rakitić. Nadie de los dos se convence para platicar conmigo; se palpa el recelo, incluso miedo de los alcances del entrevistador y su trabajo. Blanquita continúa alegre, ajena a todo, como hacen todos los perros. Una mujer encargada del turno administrativo me dirige al dormitorio para saber si alguien se anima a contarme su historia; la mayoría reposan en las literas, unos asienten la información, otros hablan por teléfono y a todos parece darles igual. Siento desesperanza, quizá no haya convencimiento en nadie. Prometo anonimato. Que cambien sus nombres si lo quieren y nada de fotos. Solamente quiero saber un poco de su vida. De repente, el hombre de la cama de la derecha le brotan ánimos y energía: pero yo no te puedo contar mucho, mi vida no es nada. Nos sentamos a lo que queda de sol en el patio, sobre unas sillas escolares, reposamos en las mesas y le pregunto su nombre recordándole que no tiene por qué decirme su personalidad real. Siéntete en plena confianza, le digo. Soy Aurelio Ismael, llámame así. Ismael. Así me llamo. No sé si es su nombre real o si lo está inventando, pero yo recuerdo el inicio glorioso de Moby Dick: Llamadme Ismael.
Tiene 30 años. Nació en Honduras. Le gusta escuchar en sus tiempos libres a Harry Styles o algunas beliconas y también al Tri.  Intentando recordar, la historia le brota de los ojos antes que de las palabras. Recuerda el frío y silencio de su casa, y por ser tan pesados de resistir, habitó en seguida la calle que le prometía calor y oídos suficientes para escucharlo; a los once se topó de lleno con el arrullo de la marihuana y su ansia inundó ganas de huir para siempre; lo logró en gran medida, porque cuando su padre se enteró de su crecida adicción lo corrió para siempre. En esa misma época la rencilla con su padre era férrea, creciendo hasta volverse insostenible; se le dilatan las pupilas al rememorar cuando todo erupcionó, ese día sintiendo el dolor en su propio cuerpo y alma, tras otra golpiza en contra de su madre, todo el odio contenido hacia su padre le hizo sentir un instinto de asesino con tal de defenderla; luego le hizo la única promesa que le ha hecho en toda su vida a su padre, que la siguiente vez que tocara a su jefa y a su hermana lo mataría. Me lo vuelo, aunque sea mi padre. Óigame bien. Poco tiempo después fue cuando lo corrió, él se fue sin decirle nada a nadie porque no le gusta despedirse.
¿Cuándo decidimos el camino de nuestras vidas, y cuál es el momento exacto donde crujen en caída libre desgranándose por inercia todos nuestros días?
A los 12 años se montó en el tren de Tucumán para apostarle todo a los dólares. Los viajes de polisón en vagones, con noches frías sin cobijas y días de sol sin agua, en cada ocasión se le hacían habituales. El tren se volvió otro de los tantos hogares que ha tenido, pero también como en cualquier hogar, conoció allí la desolación y se le descubrieron para siempre los ojos de la muerte; fue en el primer viaje, todavía contenía su voz ganas de pedir dulces, llevaba menos de una semana montad en lomos del tren y los mareros empezaron a atacarlos hasta tirar a una mujer que iba en el vagón de al lado para matarla; por la huida olvidó todas sus pertenencias pero conservó la vida. Luego de sentir tantas muertes que no han sido las suyas, se ha habituado hasta encontrarle familiaridad al temor del primer espanto. Dejó de contar a las personas consumidas en su vida en cada viaje porque son muchas. Hace poco, me cuenta con normalidad, en Veracruz un mexicano se durmió y se cayó del tren que lo partió a la mitad; se detuvo la bestia de fierro, tuvieron que esperar al levantamiento y a todo el aparato burocrático de la muerte, mientras algunos miraban desde lejos y otros se iban a comprar enseres para el resto de jornada; luego de varias horas, continuaron con el calor de la noche haciéndolos sudar. No me puedo alterar ni nada de eso, si me pongo a pensar que eso me puede pasar siempre voy a tener esa idea que me puede pasar a mí también ¿me entiende? En el fondo nunca ha dejado de sentir miedo, por muy hombre que se siente, el miedo siempre va a su lado; el miedo no nos puede ganar a nosotros. En tantos años con el miedo de copiloto, su cuerpo se ha curtido de todo y ya no le cabe más, dice, el consumo de marihuana le ha aumentado hasta probar otros estupefacientes, el pegamento, crico, la gasolina, el thinner, tela de araña y hongos; también a base de voluntad propia ha logrado la abstinencia de hasta cuatro años. Su adicción se fortalece siempre en el camino de las vías férreas y llegando a su destino se apacigua. En la actualidad tiene un consumo mínimo de marihuana. Todo es cuestión de querer ganarle y no dejarte dominar por las sustancias; de tener metas. Eso me dice.
Cree en Dios clavado en su pecho y en la Santa Muerte cargándola sobre la espalda; aunque me recalca la jerarquía entre ellos, primero Dios, pero siempre me acompaña mi flaquita. También siente todos los días cerca de él a sus hermanos que murieron por las promesas de la calle, uno a los dieciocho y otro a los veinte. Los recuerda después de un silencio largo, suspira, nunca se despega de ellos. Hace poco y como nunca, sintió miedo y la cercanía de todos sus santos: son cuatro días que tengo acá y antes de llegar aquí, a Apizaco, estuve casi cuatro días en Tierra Blanca pero me secuestraron y estuve casi dos semanas secuestrado, vendado, sin ver la luz del día, sin comer nada… me quitaron todo, mi teléfono que traía, todo, y pidiéndome la cuota de mil dólares… pero como yo no tengo quién me eche el apoyo, la ayuda y todo ese pedo, pues me talegearon, me tablearon… y no solo era yo, éramos como diez cabrones que estabamos secuestrados… lo único que yo le pedía a mi Dios era que no me mataran, que me dejaran ir, que aunque sea golpeado, llegara enterito, ¿me entiende?, por lo menos llegar con mis hijos, abrazarlos aunque sea por último día, dice uno… porque a veces no sabemos los términos de Dios, si va a ser el último. Se puede casia palpar la voz vidriosa.
Qué distinto es lo que cada quién le pide a su Dios. Unos piden serenidad o sabiduría, otros piden dinero o trabajo, otros salud y por sus muertos o por su familia; otros que no se caiga el avión y otros que puedan llegar al gringo sin ser deportados por la migra o por el desierto. Unos por pasar exámenes y otros piden que no los maten. ¿Dios escucha?
Por eso nunca le ha gustado despedirse, no tiene esa dicha; ni en aquella primera ocasión huyendo, ni cuando ha tenido que volver por fuerza de deportación a Honduras y volver al camino del norte. Siempre que es expatriado su llegada es normal, como si hubiera estado de compras en el supermercado, se acerca agarrado de la simpleza, sin contar nada a nadie de sus ayeres, está unos días por el pueblo, saluda a lo que queda de los suyos y así también se va, ligero, sin despedirse porque no quiere sentir que es la última vez. Ahorita que me vine de mi país, no les avise que me venía, no tengo esa dicha de despedirme porque para mí es decirles el último adiós. Le gustaría abrazar a su padre, romper la barrera de su educación antigua, sentir su cariño que tanto adolece, incluso pedir perdón, pero nunca ha tenido valor suficiente y todo intento es menguado por encontrar distancia y simples ¡ah!, ¿estás por acá? La edad le ha hecho comprender la lejanía de su padre y también acepta que tiene parte de la culpa; creció en otros tiempos, con maltrato, sin amor ni comprensión y eso mismo ha replicado con sus hijos. Errores delatados en su cara por no quererlos cometer él. Con su madre sí tiene mayor confianza, le cuenta todo o la mayoría de lo que sucede en su vida, sabe por ejemplo de su batalla con el consumo de sustancias y también sabe de su familia mexicana y de la estadunidense. Desearía conocer a sus nietos.
Su plan actual es llegar a Monterrey para estar con sus hijos y verlos crecer unos dos o tres años. Luego intentará cruzar de nuevo al gringo para juntar algo de dinero y no tener que regresar jamás. Desde su primera incursión ha trabajado en la construcción; en Frymer, me dice; es vivir como un estilo de prisión, se levanta uno para el trabajo, del trabajo para el departamento. La jornada no entiende de horarios y la paga por todo el día es sacrificada, más cuando van llegando, son unos ocho dólares la hora hasta llegar con el tiempo a los diecisiete. Con eso su meta es clara, trabajar y ahorrar para que sus hijos lo hagan mejor que él; quiere verlos educados, graduados, que se esfuercen, pero sí dejarles libres siempre, que sean libres que vayan aprendiendo la vida como es, que no es un pastel rosa. Hablando de sus hijos, su gallardía se hace vulnerable; quiere permitirles la capacidad de equivocarse y descubrir por ellos mismos. ¿No es eso lo que le permitieron sus padres? ¿No es el libre albedrio proporcionado por Dios? ¿Cuándo decidimos el camino de nuestras vidas, y cuál es el momento exacto donde crujen en caída libre desgranándose por inercia todos nuestros días? Quiere ver a sus hijos como nada en esta vida, porque la felicidad para él es estar con ellos. Recuerda los días en que nacieron como los más felices de su vida; sobre todo la rutina del último parto de su pareja; el estar esperando en el hospital, por la noche trabajaba de guardia por cinco mil a la semana y saliendo de su jornada se iba en UBER al hospital; cuando le dijeron que ya había nacido sintió el desahogo de la felicidad viendo a su niña llorar en su llegada al mundo. El tiempo que estuvo con ella antes de ser deportado la abrazó todo lo que había querido que lo abrazaran a él. Y el esfuerzo con sus hijos es simple, quererlos a todos por igual y aportarles para que no les falte nada de lo que está en sus posibilidades.
No me sirve andarme arrepintiendo de las cosas, para eso mejor lo hago una pelota lo tiro y miro las cosas pal frente, no miro patras porque de que me sirve regresar al pasado si puedo vivir el presente mas mejor, ¿me entiende? El sueño americano no es para todos. Así como la misión del barco ballenero Pequod en Moby Dick no era para todos. Imagino la acechanza de su gran ballena blanca, siendo cazada en su ferocidad asesina por unos minúsculos hombres montados en un barco o tren, muertos uno por uno, ahogados o triturados por el cetáceo, sobreviviendo solamente Ismael quien deja un precioso epígrafe bíblico apuntado en Moby Dick “Solo yo escapé para contártelo”. Se cuenta que, parte de la inspiración de Melville con el libro y el personaje de Ismael, tiene amplia relación con el Ismael bíblico del libro de Genesis; primogénito de Abraham, llamado Yishma’el, (“Dios oirá”) y abandonado en el desierto pero salvado por Dios al escuchar su llanto. Dios le da silencio, sí, pero también una epifanía: un pozo de agua para saciar su sed. Ismael, por nombre y origen, desde su concepción nació para llevar en sí, el abandono, la marginación, como definición, aunque la parte más importante va sobre la esperanza de la salvación del desierto, del mar, de las vías del tren, del abandono. Llamadme Ismael.
Ismael me comparte con sonrisa lo bien que le hace sentir ayudar a sus amigos. En este viaje, trae consigo a un amigo hundido en el hoyo de la sustancia; lo motivó con la promesa de una tenue desintoxicación y de un trabajo que él le ayudaría a conseguir. En su pasada estadía, alojó en Monterrey a un compañero de la niñez de su barrio y le pudo guiar a brincar a los estadosunidos; llevaba tiempo estable con su familia creciendo, pero sintió que Dios le había puesto a esa persona por algo y decidió irse con él, no se despidió de su familia porque no le gustan las despedidas, se fue a trabajar un día normal pero pasaron la frontera muy fácil, sin polleros y como nunca sin ningún contratiempo; a la semana estaba deportado en Honduras. Son cuatro meses ya de eso, y ahora solamente tiene mente llegar a Monterrey. Llegará, primero Dios y la flaquita, pero no le dirá nada a nadie, conseguirá un trabajo, ahorrará dos o tres meses para poder llegar con regalos a sus hijos.  Hemos pasado una hora y media platicando; ya al final había fluidez como si nos conociéramos de años. No se despide, porque no le gustan las despedidas. Algunos en el albergue inician con la cena, otros hacen labores de limpieza. Me da respeto pedirle una foto por eso del prometido anonimato. Pero lo hago, se la pido, aunque sea de espaldas. No, no. Tómala de frente. No le debo nada a nadie. Luego, se sienta bajo una pared blanca al lado de una Virgen de Guadalupe. Todo listo. Estamos bastantemente platicados. Se levanta y me acompaña a la salida; ya no está viendo la televisión el futbolista croata, solamente la persona que sonríe como mujer y habla como coronel, y Blanquita, echada a su lado. Le agradezco por hacerme saber su historia. Nada que agradecer, me dice. A veces falta esto, platicar con alguien. Ser escuchado. 

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