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Opinión

“¡Oh, Capitán, Mi Capitán!”: Epitafio Político De Beatriz Paredes

eduardo-lozano

Es difícil de discernir entre tanta inmundicia, pero cierta vez y de cuando en cuando, hay belleza en la política. No precisa su ser únicamente en la victoria o en discursos elocuentes, sino escondida entre gestos y decisiones pequeñas, incluso en las derrotas; suele venir de la mano de personas que han conseguido en su ser la virtud más valorada en la política: la de inspirar. El epitafio político de Beatriz Paredes, sin yo ser un simpatizante de ella, se me antoja exquisito: «Era natural como culminación de mi biografía política que intentara la candidatura presidencial para ser la primera presidenta de México».

¡Y qué intento se ha marcado! Tras su lejana gubernatura, siempre se ha dicho que era una experta en ganar perdiendo; pero ahora, y creciendo desde su destape, nunca vio tan cerca la posibilidad de conseguir el mayor triunfo que pudo haber soñado en su lejano Tizatlán natal; nunca sintió tan suyo y tan real el logro máximo de lograr la candidatura para contender a sentarse en la silla desquiciadora y desquiciante. Es verdad que desde el minuto uno no dejó de crecer y sobre todo de sorprender: a partir de la recolección virtual de simpatizantes que dejó entrever su sólida estructura, hasta los debates en los cuales hizo ver a Xóchitl Gálvez como una estudiante universitaria a su lado. Su mensaje final tras la concesión indirectamente a Gálvez, estructurado con sapiencia política e incluso dotes poéticos, lo deja para la historia, «Siempre he dicho soy una mujer de misiones y no de puestos».

Y Beatriz ha dicho lo anterior —supongo desde el más hondo dolor—, tras la vil puñalada trapera de su dirigente político, un tal Alito, quien convencido por otros, decidió enterrar al PRI dándole la espalda a una militante con 50 años de antigüedad sin esperar a las primarias programadas para el domingo. ¿Qué se puede percibir con ello? Un terrible miedo del Frente Amplio por México de usar las boletas electorales que confrontaban a Beatriz y a Xóchitl. (Por cierto, ¿en qué democracia mundial unas primarias se definen con sondeos de empresas recién creadas?). Con la decisión de bajar a Beatriz Paredes, la inoperante oposición dio un paso en falso que terminó en el primer resbalón de campaña: conceden la razón a la tesis de AMLO que siempre sostuvo que la designación sería cupular y no demócrata. Y más allá de eso, alejan a los indecisos, como yo, de ser parte de un movimiento que es tibio y no convence ni en ideas ni en acciones. (No basta con la etiqueta anti AMLO y siguen sin aceptarlo, jugando además todas sus cartas con una candidata igual de populista y ocurrente que el hombre de la presidencia).

Sin haberla conocido en su práctica gubernamental por mi edad, no puedo tener — y más allá de filias y fobias —, más que un enorme sentido de reconocimiento e incluso admiración por Beatriz Paredes, una tlaxcalteca histórica. Inspiradora. Seguiré maravillado con el final estoico de su carrera política; bajada en la línea por el patriarcado (como ella mismo lo advirtió) hundida en un silencio profundo, cuidado e inteligentísimo, pero afirmando entre líneas lo que todos con dos dedos de frente suponemos. Ella, una mujer valiente y moderna para su época, precursora del feminismo verdadero, ese sólido, deberá prevalecer en los anales de los tlaxcaltecas ilustres: Manuel Lardizábal y Uribe excelso jurista, José Guridi y Alcocer, los constituyentes de 1917 Antonio Hidalgo Carvajal, Modesto Galindo y Ascensión Tépal Romero, Miguel N. Lira o Xochitiotzin por ejemplificar.

¿Qué más les puedo decir? ¿Qué me hubiera encantado ver a una tlaxcalteca peleando para la álgida candidatura? Quizá en otra vida, quizá en muchos otros años volvamos a tener la oportunidad de tener alguien con la solidez personificada. Imagino que toda su enorme estructura política, llegando al ocaso de su carrera, dormirá esperando las vísperas del domingo que se les fue arrebatado por uno de ellos mismos, con los versos de Walt Whitman homenajeando a Lincoln (y salvado las distancias): ¡Oh, capitán, mi capitán! / Nuestro azaroso viaje ha terminado.

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