El Zócalo, esa plancha de concreto que late como corazón de pueblo se llenó otra vez este 9 de marzo.
Miles gritaban “¡No estás sola!” a Claudia Sheinbaum, mientras ella, envuelta en la bandera del diálogo y el respeto, les devolvía un discurso que sonaba a victoria: los aranceles con Trump se cayeron, el fentanilo bajó un 41%, y el tren a Nuevo Laredo ya casi se siente en los rieles. Todo muy bonito, todo muy coreado, hasta que la foto se torció. Literalmente.
Porque mientras la presidenta saludaba al pueblo —ese que dice poner primero, como Vicente Guerrero—, la crema y nata de Morena y sus aliados estaban muy ocupados posando para la selfie del año. Los mal pensados dicen cosas peores.
Ricardo Monreal, Adán Augusto López, Manuel Velasco, Luisa María Alcalde y hasta Andrés Manuel López Beltrán, el hijo pródigo, de espaldas a la jefa, como si el Zócalo fuera un set de TikTok y no el ombligo de la nación.
“Un error involuntario”, dice Monreal, con esa cara de quien pide perdón sabiendo que no lo necesita. “Estaban distraídos”, concede Sheinbaum, magnánima, como quien le pasa la mano a un niño que rompió un vaso. Y nosotros mirando desde la banqueta, nos preguntamos: ¿distracción o descaro de estos Innombrables?
El mensaje era claro: México y Estados Unidos son socios de respeto, nations in equality of circumstance, dice Claudia en inglés de pasillo diplomático.
No queremos perjudicarlos, asegura, mientras el Tío Sam guarda el garrote y saca la zanahoria. Los aranceles se fueron, el diálogo prevaleció, y el pueblo —ese que corea— se lleva el crédito.
Pero en el fondo, entre los aplausos, queda el tufo de siempre: el poder se negocia arriba, y abajo nos toca aplaudir las migajas.
Aumentar el salario mínimo, fortalecer el mercado interno, autosuficiencia en comida y gasolina, suena a poema de campaña. Lindo, sí, pero cuando Andrés Manuel López Obrador lo puso en la agenda nacional, más de uno se burló y ahora el tiempo le dio la razón.
Y luego está lo del fentanilo, esa droga que cruza fronteras como nosotros no podemos. Un 41% menos, dice Sheinbaum, y uno casi aplaude, hasta que recuerda que el otro 59% sigue matando al norte y pudriendo al sur. “La patria es primero”, remata, citando a Guerrero, y el Zócalo ruge otra vez.
El domingo, mientras los morenistas se disculpaban por su “descuido” y la presidenta anunciaba que hablará de la Elección Judicial en junio, el video viral ya corría por X.
Ahí está ella, saludando, y ellos, de espaldas, inmortalizados en su burbuja. “Cosa menor”, dice Monreal, y tiene razón: en este país de grandes tragedias, un desaire es solo un chiste.
Personalmente entiendo la postura de Sheinbaum e intento justificar la movilización social del domingo y el gasto innecesario, pero en el fondo quisiera que este tipo de eventos al viejo estilo priista se acabaran.
Desafortunadamente la presidenta necesita hacerlos para informar y retener al pueblo que poco periódico compra y que en esa falta de información la señala y acusa sin dimensionar lo que ha logrado. Este tipo de actos son un mal necesario.
Claudia ha encontrado una oportunidad de oro para darle forma a las propuestas del fundador de la 4T. Seguridad, autosuficiencia alimentaria y soberanía energética. No depender del enemigo es algo que ya no suena tan loco.
Es tiempo de acabar de hacer lo que en seis años no se pudo, pero probablemente los restantes meses y años de Sheinbaum tampoco alcancen, un país roto no se puede reeditar en dos sexenios, pero es momento de intentarlo, la historia y el momento lo exigen. Su coyuntura y circunstancia pueden jugar a su favor.
