Sebastián Castella encumbra su tauromaquia en una tarde propia de un maestro; la corrida de Xajay mantuvo el interés por sus tantos matices.
«Pequeña Muerte, llaman en Francia a la culminación del abrazo, que rompiéndonos nos junta y perdiéndonos nos encuentra y acabándonos nos empieza». Eduardo Galeano.
Como la pequeña muerte del poema de Galeano: así caminó ayer Castella, en lo más hondo de su viaje, en lo más alto de su vuelo… cautivando en cada movimiento, llenando la plaza y atrayendo las miradas con serenidad de monje tibetano, dictando sin despeinarse, una de las tardes más sólidas de su carrera —y mira que han sido muchas—en el embudo de Insurgentes. ¡Qué bien le vino el parón al francés!, se fue siendo figura y regresó siendo maestro; maestro que exhibió con sus chismes de torear el esplendor de su tauromaquia siempre pura y verdadera, pero ahora, lograda en su punto de ebullición.
No fue la de ayer una tarde fulgurante o de relumbrón. Fue más bien callada (quizá como la música callada del toreo que proponía Bergamín) pues el lote de Sebastián Castella a prima facie tenía poco para ofertar. Su primero, un negro tan zaino como astiblanco, fue un burel complejo que desde el capote embistió hosco y recto. Se movió mucho, sí, pero sin humillación ni claridad; todo lo contrario, siempre metiéndose y complicando la ligazón; pero, caray, ni se vio lo espinoso que era. El francés le recetó como medicina la muleta siempre adelante y le tragó: hubo muletazos de gran trazo, sobre todo una trincherilla para esculpir a las afueras de Augusto Rodin y un cambiando de mano en el que cupo perfectamente tiempo para promover otro amparo. ¡Qué cosa más grande! El magisterio de la lidia permitió sacar el buen fondo del de Xajay. Cerró con unas manoletinas y mandó al caldaso al toro de tres cuartos en todo lo alto. Orejón.
Su segundo se paró pronto: buena condición, pero sin rock and roll. Castella se vio forzado a encelarlo con el cuerpo y el paso; hubo cercanías muy dominadas y redondos. Poco aguantó el cárdeno. Pero al perfilarse con el acero se logró un milagro: el silencio total; 40,000 almas sedientas de quejidos de pasión se callaron para atestiguar el volapié y la muerte de un toro bravo. La estocada fue perfecta en ejecución y colocación. Aquel, herido de muerte, se tragaba lo poco que le quedaba de vida y quiso mantenerse en pie. Sacó la bravura. Castella le vio, le respetó y le honró esperando con paciencia su decisión de entregarse al olvido. No caía y el francés delicadamente le sacó el acero. Todos se alejaron para que sintiera la soledad y la muerte. Así fue, dobló mientras su matador le veía de reojo con la muleta plegada sobre los hilos de oro de su vestido y desde los tercios encalados. ¿La oreja?, bien valida por la mera lección de tauromaquia desde que le entró a matar. ¡Es solemne la muerte de un toro bravo, Búfalo!
Leo Valadez pasó de puntitas. Sorteó al mejor toro del encierro, aquel tercero de la lidia ordinaria, dichoso por su humillación y ritmo. Sopló mucho el viento en su faena y quizá por ello nunca lo sacó a los medios. Hasta el toro se terminó aburriendo y no le quedó de otra que buscar la querencia. El quinto tuvo solamente aspereza y pocas opciones para el lucimiento.
La tarde para el toricantano confirmante fue visualizada como una radiografía de su realidad. Había mucha expectación —como hace años no sucedía— por ver a Isaac Fonseca. Absolutamente nada que reprochar a su entrega y valor; su lote le pidió el carnet y experiencia de la que lógicamente carece. El de la confirmación tuvo picante y nunca salió de la muleta; su embestida corta y los nervios del joven coleta no se entendieron. Pinchó lo que pudo haber sido una faena de triunfo entendiendo los ánimos del público. Luego, el cierra plaza fue un criminal al que los pitones le olían a formol. Le hizo un quite por saltilleras que cortó la respiración, pero tampoco pudo ser. Aligeró con los aceros. Tiempo y paciencia, que lleva un año y seis meses.
CIUDAD DE MÉXICO, MÉXICO.
Plaza de Toros Monumental Plaza de Toros México. Casi lleno.
4 de febrero de 2024: tarde templada y con importantes rachas de viento durante todo el festejo que condicionaron visiblemente la lidia y los terrenos de todas las faenas.
6 TOROS DE XAJAY bien presentado y con trapío acorde a la categoría de la plaza; con casta y poder en general; de pelea completa en varas; de los cuales sobresalieron el 2° por su importancia y seriedad y el 3° por su humillación y nobleza. 1° ‘Bendita Libertad’, con 484 kilos, cárdeno y paliabierto, con casta pero con brusquedad y poco recorrido (palmas); 2° ‘Agradecido’, con 532 kilos, negro zaino, delantero y astiblanco, importante por su seriedad con embestida recta y por dentro (palmas); 3° ‘Gordo Lobo’, con 530 kilos, cárdeno bragado y delantero, con humillación, bondad y ritmo en su embestida, al final acusó la querencia (palmas); 5° ‘Suavecito’, con 550 kilos, cárdeno cubeto, con nobleza pero parado (palmas); 5° ‘Limonero’, con 480 kilos, cárdeno bragado, bien puesto, sin opciones (silencio); 6° ‘Doceavo’, con 548 kilos, castaño entrepelado, bien puesto, con casta y complicado (silencio).
Sebastián Castella; de azul turquesa y oro: tres cuartos en todo lo alto (oreja) y estoconazo (oreja).
Leo Valadez; de rosa y oro: dos pinchazos y estocada (saludos en el tercio) y tres pinchazos y dos descabellos (silencio).
Isaac Fonseca; de marfil y oro: pinchazo y estocada (saludos en el tercio) y estocada y descabello (silencio).
INCIDENCIAS:
· Isaac Fonseca confirmó su alternativa con el toro ‘Bendita Libertad’ de la ganadería de Xajay, con 484 kilos herrado con el número 120.
· Sobresalió Gerardo Angelino banderilleando el 1° y lidiando el 6°.
· Sobresalió José Chacón en la lidia del 2°.
· Sebastián Castella salió a hombros por la puerta del encierro al finalizar el festejo.
*Fotografía cortesía de Erick Cuatepotzo.