“El modo de contener los delitos y fomentar las virtudes, es castigar al delincuente y proteger al inocente” -Manuel Belgrano-
Llegué a este estado, al que quiero profundamente en el año de 1993, lo que significa que tengo viviendo en Tlaxcala 31 años “nadamás” como coloquialmente decimos y como buena “fuereña”, investigué, todo lo que pude acerca del lugar al que me mudaría a vivir. Ese ejercicio me permitió tener el primer acercamiento a la riqueza de la cultura de este magnifico estado; a la cordialidad de su gente y a su extraordinaria historia.
Pero también me contaron el otro lado de la historia, y el que además, fui conociendo poco a poco. Se trata del carácter aguerrido de sus habitantes en situaciones de conflicto. Muchas personas me dibujaron mediante ejemplos vividos o transmitidos generacionalmente, lo que llamaban “el toque de campanas”. Ese acto que significaba y significa el llamado al pueblo para salir de inmediato, y prepararse para enfrentar una situación de crisis, para defender lo suyo, para hacer justicia rápida. Para ser honesta, esa descripción me asustó, me pareció que colocaba a cualquier persona en situación de vulnerabilidad.
Luego de tantos años de vivir aquí, seguí con detalle las notas que aparecían en los diarios en los que se consignaba el linchamiento de “presuntos” delincuentes sorprendidos infraganti robando, agrediendo a menores, atacando a mujeres, despojando de todo tipo de propiedades a las personas. Unos años después, fueron las transmisiones en tiempo real a través de los portales de noticias, que permitieron ver, cual, si fuera una película policiaca, cada instante de la intervención de cada uno de los actores: ciudadanas/os, fuerzas policiales, autoridades municipales y el despliegue de fuerzas estatales o federales.
La ciudadanía podía ver la crudeza de los eventos de manera cronológica, identificar a las personas, ver la actuación de policías, “monitorear” el trabajo de las autoridades y ver directamente el rostro de los/las presuntos/as criminales. Y no sólo eso, podía comenzar a juzgar, verter críticas por la actuación de las autoridades, de los elementos de seguridad, diseñar sus propias estrategias y, sobre todo, tomar postura frente a los hechos.
Redes sociales y opinión pública
Las redes sociales comenzaron, desde ese momento, a ser el refugio de miles de opinadores/as, de estrategas especialistas en seguridad, en Derecho, en defensa de Derechos Humano. De un momento a otro, comenzaron a aparecer tribunales espontáneos y masivos en las plataformas digitales, conformados por gente que, al instante, es capaz de linchar o eximir de culpa desde la comodidad de sus hogares o espacios laborales. Las redes se han vuelto el medio para estar ahí, sin correr riesgos y ello no significa descalificarlas, sino que se han convertido en una posibilidad de mantenerse informado/a de forma inmediata, pero también de ser el medio que nos colocó como espectadores/as de eventos grotescos.
Grotesco
Lo que ocurrió en el municipio de Zacatelco en donde fue asesinado un hombre adulto que conducía un vehículo y fue linchado un elemento de la Secretaria de Seguridad Ciudadana de Tlaxcala, debe ser un llamado a generar un análisis crudo de los hechos y los actos de quienes intervinieron en la muerte de estos dos hombres.
El hecho por si solo es grotesco, lastima la esencia de lo que nos hace seres humanos: la inteligencia, la ética, es decir, la distinción entre la bondad o maldad de los actos humanos; y el sentido de la justicia.
El policía que fue asesinado el día de ayer era el hijo, hermano, o padre de familia, y si hacemos un ejercicio de empatía, podríamos decir que, pudo ser cualquier miembro de nuestra familia. Que duro es colocarse en el sitio de la gente que lo amaba y pensar lo terrible que la deben estar pasando. Lo que es claro en todo esto, es que él llegó al sitio del conflicto a hacer su trabajo, y una turba enfurecida, le arrancó la vida de la manera más ruin que pueda haber.
Crisis
Quienes han estudiado desde la Sociologia y la Criminología el fenómeno de los linchamientos, señalan que son una de las “expresiones más graves de la crisis que en materia de inseguridad, violencia e impunidad enfrenta nuestro país, donde como consecuencia de la desconfianza y lejanía de la sociedad respecto de las autoridades, la falta reiterada de cumplimiento y aplicación de la ley, así como la incapacidad de las distintas instancias para generar condiciones que permitan la convivencia pacífica entre las personas, se canaliza o dirige el hartazgo e impotencia de estas últimas, ante una realidad que las vulnera y lastima, para que incurran en acciones violentas en contra de aquellos que consideran o suponen, cometen delitos o atentan en su contra o de la comunidad a la que pertenecen.”
Monopolio legítimo del uso de la fuerza
El contrato social que hemos construido a lo largo de la historia, coloca al Estado como aquel que tiene el monopolio legítimo del uso de la fuerza. ¿Qué significa esto? Es la garantía que tenemos las/los ciudadanos de que esto no se vuelva la ley de la selva y que prive la interpretación subjetiva de la justicia. Evita que los conflictos entre unos y otros se resuelvan a través de la venganza, de la Ley del Talión, del “ojo por ojo, diente por diente”.
Si bien, podemos entender el enojo de la ciudadanía frente a los actos deleznables de los criminales, de ninguna manera, podemos asumir que el linchamiento es una forma válida de protección personal o colectiva.
La frustración de los individuos no puede ser justificación de un linchamiento, el riesgo de validarlo, significaría debilitar el Estado de Derecho y las instituciones democráticas y los Derechos Humanos que tenemos todas y todos. El riesgo es muy alto y los costos sociales podrían ser muy caros.
Las opiniones vertidas en esta columna son única y exclusivamente responsabilidad de su autora y, no reflejan, necesariamente el enfoque editorial de esta empresa.