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MARTÍN RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ/INNOMBRABLE
MARTÍN RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ/INNOMBRABLE

Innombrable

Cayeron cinco policias; falta Valenzuela

El pasado octubre de 2021 un periodista transmitía en vivo desde la calle, como lo ha hecho cientos de veces. Con su celular en mano y su credencial de prensa visible, cubría un hecho noticioso en la capital tlaxcalteca. De pronto, cinco elementos de la entonces Comisión Estatal de Seguridad Pública –hoy Secretaría de Seguridad Ciudadana– lo rodearon, lo sometieron, le quitaron el teléfono y lo detuvieron ilegalmente. El delito: ejercer periodismo.

Casi cuatro años después, un juez de control vinculó a proceso a Alejandro N., Pedro N., Dulce N., Jorge N. y Christian N. por abuso de autoridad agravado. Es una buena noticia, pero llega tarde y con sabor agridulce.

Tarde, porque el daño ya está hecho: el mensaje de intimidación se envió y se recibió. Agridulce, porque el principal responsable señalado, el excomisionado Alfredo Álvarez Valenzuela, sigue prófugo, protegido por la impunidad que tanto le gusta a quienes mandan desde los escritorios.

No es un caso aislado. Es el reflejo de una práctica que se repite en Tlaxcala y en todo México: usar a la policía como brazo represor contra quien incomoda con preguntas o transmisiones en vivo. Alberto Amaro no es el primer periodista tlaxcalteca que sufre detenciones arbitrarias, cateos ilegales o amenazas veladas. Tampoco será el último si no cambiamos el guion.

En un estado que presume ser “el más seguro del país” según algunos indicadores oficiales, paradójicamente la prensa local vive bajo constante zozobra. El mismo gobierno que cuelga lonas de “Tlaxcala sí existe” es el que permite –o tolera– que sus cuerpos de seguridad violenten derechos fundamentales. Y cuando la víctima es un comunicador crítico, el silencio institucional suele ser ensordecedor.

La vinculación a proceso de estos cinco ex-policías es un paso, sí, pero insuficiente. Mientras el excomisionado Álvarez Valenzuela siga evadiendo la justicia, el mensaje que recibe cualquier uniformado es claro: “si te pasas de lanza y te agarran, alguien más pagará el precio, pero los de arriba se salvan”. Esa es la verdadera lección que se enseña en los cuarteles.

México sigue siendo el país más peligroso para ejercer el periodismo en América Latina sin guerra declarada. Artículo 19 documenta año tras año que la principal fuente de agresiones contra la prensa son precisamente los funcionarios públicos y los cuerpos de seguridad.  Tlaxcala no es la excepción, aunque aquí se opta por vender la imagen de un oasis de paz.

El periodista sigue informando. Sigue saliendo a la calle con su celular y su valor como únicas armas. Merece algo más que una vinculación a proceso que llegó cuando el daño ya estaba hecho. Merece –merecemos todos– que el Estado deje de proteger a los agresores y empiece a proteger a quienes nos cuentan lo que pasa.

Cuando golpean a un periodista, no golpean solo a una persona. Nos golpean a todos los que queremos vivir en un Tlaxcala donde informar no sea un acto de valentía, sino un derecho elemental.

Deseo que esta resolución judicial sea el inicio del fin de la impunidad contra la prensa en Tlaxcala. Y ojalá el próximo capítulo lo escribamos entre todos: ciudadanos, periodistas y –sobre todo– autoridades que por fin entiendan que la libertad de expresión no es un privilegio concedido, sino la base de cualquier democracia que se respete a sí misma.

Las tres de ley… 1- Este día la Unión de Periodistas del Estado de Tlaxcala (UPET) dará a conocer el cartel taurino, con lo que se da continuidad a la tradición taurina que ha tenido el gremio.

2- El acto estará encabezado por féminas que desde el ruedo, hasta quien fungirá como juez, serán mujeres que aman y fomentan la fiesta brava. Un evento nocturno es lo que se presentará y con las noches de diciembre se anticipa un éxito.

3- La presentación podrá despertar el amago de organizaciones anti taurinas, eso no hay duda, pero para quienes viven de y para la fiesta brava es importante que Tlaxcala se mantenga como impulsor y reducto de estos festejos. Novillada, sí, pero no por eso menos importante, sobre todo si recordamos que toda figura tuvo que pasar por esta aduana.

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